“Poeta del estrecho” me llaman, porque ni yo mismo sé mi nombre.
Vivo entre dos aguas, donde los olores son intensos y los sabores extraños. Allí soplan dos vientos diferentes y mi curiosidad me hizo dejarme llevar por uno de ellos (y no me pregunten cuál es porque no lo conozco…).
De esta manera llegué a una tierra donde me sorprendieron unos seres extraños que jamás había visto; se hacen llamar “personas” y hablan en un idioma extraño (parece ser el “español”). Al llegar noté un golpe en mi duro caparazón y miré hacia arriba. De repente, mi mirada se cruzó con una persona muy pequeñita que jugaba a saltar las olas del mar. En ese mismo instante, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, produciéndome una explosión de experiencias y sentimientos que no había vivido jamás: imágenes, canciones, momentos alegres, caricias, miradas tristes, y otras tantas que ni siquiera se definir.
Así fue como conocí algo de mí que nunca hubiera imaginado, ¡tenía una gran habilidad! era capaz de, con tan solo una mirada, sentir todo lo que la otra persona había vivido o estaba viviendo en ese mismo instante.
¡Ah! se me olvidaba… mi oficio, además de ser poeta, es investigador, ya que mi curiosidad por conocer el mundo me ha llevado a indagar cada una de las cosas que ocurren a mi alrededor.
De esta forma, descubrí que, justo en frente de la orilla a la que fui a parar por culpa de ese viento, había otra tierra desconocida. No me lo pensé dos veces y me lancé al agua para dejarme llevar por el otro viento, pegado a una barquita de madera que se cruzó en mi camino.
Bueno, antes de contaros mi historia, me gustaría terminar de presentarme.
Soy un caracol de nacionalidad “Entre Orillas”, ¿no lo habéis escuchado nunca?, no me lo puedo creer… ¡pero si allí se hace el chocolate más bueno del mundo! Por eso mismo, llevo dentro de mi caparazón una chocolatera. Si, si, en mi caparazón guardo todo lo que puedas imaginar…, es ese mi pequeño universo, donde reflexiono todo lo que me ocurre a lo largo del día e incluso si éste ha sido triste, puedo observar mi libro favorito: “Mi colección de sonrisas”.
Para que no os asustéis, os aviso, tengo los ojos muy, muy, muy grandes. Esto se debe al cúmulo de imágenes que mi retina ha capturado a lo largo de todo este tiempo. Pero esto también tiene una gran ventaja: puedo percibir todos aquellos detalles que ni con una lupa se pueden llegar a ver.
Y por último os quiero contar el secreto más importante que compartimos los caracoles: ¿Sabéis por qué nos desplazamos tan despacio?
Porque nos gusta saborear cada uno de nuestros pequeños pasos que a la vez se hacen intensos por todo aquello que podemos descubrir en cada uno de ellos…
De esta manera llegué a una tierra donde me sorprendieron unos seres extraños que jamás había visto; se hacen llamar “personas” y hablan en un idioma extraño (parece ser el “español”). Al llegar noté un golpe en mi duro caparazón y miré hacia arriba. De repente, mi mirada se cruzó con una persona muy pequeñita que jugaba a saltar las olas del mar. En ese mismo instante, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, produciéndome una explosión de experiencias y sentimientos que no había vivido jamás: imágenes, canciones, momentos alegres, caricias, miradas tristes, y otras tantas que ni siquiera se definir.
Así fue como conocí algo de mí que nunca hubiera imaginado, ¡tenía una gran habilidad! era capaz de, con tan solo una mirada, sentir todo lo que la otra persona había vivido o estaba viviendo en ese mismo instante.
¡Ah! se me olvidaba… mi oficio, además de ser poeta, es investigador, ya que mi curiosidad por conocer el mundo me ha llevado a indagar cada una de las cosas que ocurren a mi alrededor.
De esta forma, descubrí que, justo en frente de la orilla a la que fui a parar por culpa de ese viento, había otra tierra desconocida. No me lo pensé dos veces y me lancé al agua para dejarme llevar por el otro viento, pegado a una barquita de madera que se cruzó en mi camino.
Bueno, antes de contaros mi historia, me gustaría terminar de presentarme.
Soy un caracol de nacionalidad “Entre Orillas”, ¿no lo habéis escuchado nunca?, no me lo puedo creer… ¡pero si allí se hace el chocolate más bueno del mundo! Por eso mismo, llevo dentro de mi caparazón una chocolatera. Si, si, en mi caparazón guardo todo lo que puedas imaginar…, es ese mi pequeño universo, donde reflexiono todo lo que me ocurre a lo largo del día e incluso si éste ha sido triste, puedo observar mi libro favorito: “Mi colección de sonrisas”.
Para que no os asustéis, os aviso, tengo los ojos muy, muy, muy grandes. Esto se debe al cúmulo de imágenes que mi retina ha capturado a lo largo de todo este tiempo. Pero esto también tiene una gran ventaja: puedo percibir todos aquellos detalles que ni con una lupa se pueden llegar a ver.
Y por último os quiero contar el secreto más importante que compartimos los caracoles: ¿Sabéis por qué nos desplazamos tan despacio?
Porque nos gusta saborear cada uno de nuestros pequeños pasos que a la vez se hacen intensos por todo aquello que podemos descubrir en cada uno de ellos…